sábado, 27 de junio de 2009

Una mala noticia para los sin papeles...

...Y para los que quieran ser solidarios también. Y es que el Gobierno "socialista" aprobó finalmente el nuevo proyecto de Ley de Extranjería que, entre otras cosas, penaliza con multas de entre 501 y 10.000 euros a todo aquel que asista o acoja a un sin papeles. Es decir, ya no se podrá ser solidario. O sí. Depende de quien quiera arriesgarse.

"Con este proyecto se pasa de una ley de extranjería a una ley de inmigración" que es "equilibrada y garantista", aseguraba la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández De la Vega, en rueda de prensa. Pero ahora yo me pregunto Sra. De la Vega: ¿Qué tiene de equilibrada y garantista esta nueva ley? Porque a mi entender lo único que garantiza es la criminalización de los inmigrantes y de las personas de buen corazón que sólo quieren echarle una mano al prójimo.

Pero esto no es todo. La nueva ley también amplía el tiempo de detención de un inmigrantes de 40 a 60 días dónde permanecerán en auténticas cárceles. Y una vez deportados no podrán volver al país por un tiempo mínimo de cinco años.

¿Y dice usted que es una ley equilibrada? Pero sí sólo le conviene al Gobierno! No sólo les sirve para legalizar la "caza" de inmigrantes que vienen llevando a cabo desde hace algún tiempo, sino que determinan que el "el sistema de flujos migratorios" se realizará "en función del mercado de trabajo". Es decir, convierten al inmigrante en carnaza económica. En función de la situación que viva el país, el Gobierno decidirá cuándo y cuántos pueden venir a trabajar a España y salvarnos las papas.

Entonces ahora, en plena crisis económica, el mensaje parace ser este: "No los necesitamos, vuélvanse a su país" por lo que el Gobierno ha decido bajar a casi cero las contrataciones en origen. Algo que el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, ya había advertido y que, en su momento, fue muy criticado hasta por los de su propio partido.

Qué verguenza! Y después se llenan la boca hablando de que son un Gobierno "garantista" y respetuoso con los derechos humanos. Creo que mejor se releen la Declaración Universal de los Derechos Humanos porque evidentemente se han dejado algunos capítulos por el camino.

Hay que ver de lo que son capaces los Gobiernos con tal de salir adelante en tiempos de crisis. Parece que la solución es ir por los más vulnerables. Todo un ejemplo de solidaridad el de España. Para que después digan.

miércoles, 17 de junio de 2009

La historia se repite

Siempre se repite. Lo que sucede hoy también sucedió ayer y hace años. La historia en sí misma es una historia de migraciones. Antes eran los del viejo continente los que por razones políticas u obligados por el hambre abandonaban su tierra natal en dirección al nuevo mundo. Justamente a aquellos países del sur que hoy ven cómo Europa echa el cerrojo a la puerta de entrada negándole a sus ciudadanos el derecho a soñar con un futuro mejor.

Al escribir esto se me viene a la mente la fabulosa serie Vientos de Agua. ¿De qué se trata? Dos historias, dos personajes, padre e hijo, que en distintos tiempos y por razones similares se ven obligados a abandonar su país en busca de una vida mejor. Por un lado, Andrés, un jóven español que en los años 30 se ve obligado a abandonar su Asturias natal por cuestiones políticas trepándose a un barco que, junto a muchos otros inmigrantes de diferentes orígenes, lo lleva a Argentina. Una vez ahí, viviendo en un conventillo y a base de trabajar duro logra forjar un futuro que se nutrirá de nuevas amistades y amores. Paralelamente, narra la historia de Ernesto, un argentino de 45 años, hijo de Andrés, que en el nefasto año del corralito en Argentina, en 2001, decide irse a España a probar suerte. Momentos históricos diferentes pero una misma historia compartida.

A cuento de esta extraordinaria serie, hace poco tuve la oportunidad de conocer mejor la historia de cómo mi abuela llegó a Argentina. Una historia que podría confundirse con tantas otras pero que, sin embargo, a mí me toca muy de cerca. Porque un día hace mucho años mi abuela emprendía el camino inverso al que recorrí yo hace apenas dos años y medio. Si bien por motivos muy diferentes a los de ella que ni siquiera era consciente de lo que estaba haciendo, finalmente nuestras historias tienen algo en común. Las dos nos fuimos, emigramos. Ambas emprendimos un viaje que, en su caso, fue definitivo. En el mío, el tiempo lo dirá...

Pero en esta oportunidad no seré yo quien cuente su historia. Hace algún tiempo mi padre decidió compartir conmigo la historia de su abuelo, mi bisa, que también es la historia de mi abuela y que hoy quiero compartir con ustedes. Un viaje que, 70 años después, yo repetiría aunque por motivos distintos y en circunstancias, afortunadamente, muy diferentes.

Con permiso de él aquí se las transcribo:

" El abuelo evaristo salió de Vigo-Galicia- para Argentina en un barco como el de la serie “Vientos de agua”. Viajando en tercerca clase cruzó el Atlántico y cuando llegó a Buenos Aires le asignaron una parcela de tierra, que era una manzana de las de ahora, en la localidad de Rancagua. Allí construyó su casa, ladrillo tras ladrillo, mientras se ganaba el pan levantando cosechas y juntando papas. Cuando salió de España la Bisa tuya estaba embarazada de la abuela Ester. Cuando nació y el abuelo se enteró, salió para España y los trajo a todos. Es decir, a su mujer y a su hija, tu abuela. Después se afincaron en Rancagua y tuvieron a la tía Amalia. Por los años 50 el abuelo consiguió un trabajo de comisionista entre Rancagua y Pergamino donde hacia todo tipo de trámites a los del pueblo. Se tomaba un colectivo a la mañana y regresaba a la noche con todos los trámites y encargues que le habían hecho. Así crió a tu abuela Ester y a la tía Amalia. La bisabuela hacía unas rosquillas famosas que sólo las volví a comer en Salamanca . Sí alguna vez las ves en algún lugar probalas, son únicas. En madrid se venden como las roscas de Salamanca.
Bueno, después la historia de siempre: el abuelo murió de cáncer sufriendo mucho, ya que en esos momentos no existían los calmantes que hay ahora. Era delgado y tenía los ojos verdes como nosotros dos. Alto como yo y muy atlético. Un gran jugador de mus y tres sietes, juego que pocos conocen y que el abuelo me lo enseñó.
Siempre tomaba su vermut a las 12 con alguna picadita que la abuela siempre tenía a mano. Después, la abuela murió y el mundo sigue andando. Todo lo demás ya lo sabes. Posiblemente solo te falta el capítulo de qué o quiénes eramos nosotros antes de que vos nacieras. Una historia que algún día te contaré con más detalle. La historia de lo que yo siempre llamé una vida sabrosa. No sé si buena o mala pero que fue sabrosa no lo dudes"
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Papá

viernes, 5 de junio de 2009

Una mezcla de sentimientos

Después de dos años y medio de vivir en Madrid finalmente el Estado español me ha concedido el bendito NIE. Para quienes no lo sepan, el NIE es como el dni español para los extranjeros. Una credencial que te habilita para residir de manera legal en España. Nada más y nada menos. Sin embargo, acceder a este numerito no es una tarea fácil. O bien tenés una visa de estudios que, al llegar a España, la canjeas por un NIE que, en este caso, será temporal y sólo te permitirá trabajar unas cuatro horas diarias, o venís con un contrato de trabajo que te habilita para obtener el "pase de la suerte".

En mi caso, el tema fue por otro lado. Llegué a España en diciembre de 2006 con intenciones de estudiar un Postgrado. Vine sin visa de estudio -porque te pedían una cantidad de dinero que simplemente no tenía- y menos con un contrato de trabajo. Por suerte, la Universidad no discrimina a los estudiantes permitiéndote estudiar tengas o no visa de estudio, residencia, NIE o nacionalidad comunitaria. En cuanto al trabajo, algo siempre se encuentra. En mi caso, trabajar unas cuantas horas en un bar, ha sido suficiente para sobrevivir dignamente.

Pero claro, esta situación se aguanta sólo por un tiempo. Asi que, una vez en Madrid, empecé con el interminable trámite para solicitar la nacionalidad española por excepción. Vale aclarar que mi abuela nació en España, en un pueblito de Salamanca -Santa María de Sando-, de unos 170 habitantes y que, en tiempos de la República, salió del país con apenas unos meses de vida en brazos de su madre, mi bisabuela, en busca de una vida mejor. Además y justamente por esta historia mi papá tiene la doble nacionalidad (española-argentina). Después de leer esto muchos se preguntarán por qué no tengo la nacionalidad con semejantes antecedentes. No se preocupen, yo también me lo sigo preguntando. Según la ley, la cuestión es que cuándo mi papá obtuvo su doble nacionalidad yo ya era mayor de 21 años- por unos escasos meses-, por lo que no se me otorgó automaticamente como sí fue el caso de mi hermano nueve años menor que yo.

¿Qué pasó? En resumen: largas colas en la plaza de Jacinto Benavente para nada. Discusiones con la señora del mostrador de entrada que no tenía la menor idea de lo que le estaba hablando o simplemente horas de demora para que finalmente un señor con cara de nada te diga que te equivocaste, que para lo que solicitás tenés que acercarte a otra oficina cinco calles más alla. Sí, desesperante. Libros enteros me leí en mis excursiones por aquellos pagos. Y todo, para nada. Bueno, para nada no. Me sirvió para darme cuenta de la horrible burocracia que existe en este país. Me sirvió para mirar a los ojos a todas aquellas personas que hacían cola como yo desde tempranas horas y que, sin embargo, no perdían la calma por nada. Me sirvió para darme cuenta de que ahí, justo en ese momento, todos eramos iguales. No importaba el color de la piel, la nacionalidad, la edad, ni nada. Todos estabamos ahí por lo mismo: para pedir, rogar, que nos otorgasen un papelito que nos sacara de la clandestinidad en la que vivíamos y así convertirnos en personas con plenos derechos. Nada fácil.

Una vez concluído el trámite, lo único que queda es esperar. Y sobre todo tener mucha paciencia. En mi caso, la hora de la verdad llegó seis meses después. Y llegó en forma de sobre. Un sobre que podía cambiar mi situación. Teniendo en cuenta que llevaba más de un año viviendo en Madrid, un SI hubiera sido la mejor de las noticias. Sin embargo fue un NO. Un NO que me quitó de un plumazo toda esperanza de conseguir mis papeles que, digan lo que digan, estoy convencida de que me corresponden.

Sin embargo, es curioso, porque el NO de esa carta no me hundió. Supongo que nos enfrentamos a tantos obstáculos desde que llegamos a acá, que un NO más tampoco es determinante. De repente ese mal trago pasó y me encontré nuevamente buscandome la vida. Cómo sea. Seguí trabajando, disfrutando de mis amigos y de mi pareja que siempre estuvo al lado mío ayudándome y dandome ánimos. Y así pasaron otros cuántos meses. Cuándo casi se cumplían los dos años de mi estadía en España y ya tenía decidido volver a Argentina a visitar a la familia y a mis amigos, con mi pareja empezamos a barajar las diferentes posibilidades para solucionar mi "problemita".

Tras visitar a un abogado especializado en inmigración, finalmente decidimos casarnos. Hay quien lo verá mal y hay quién no. Nosotros no nos arrepentimos porque ante todo nos queremos y vimos en casarnos la única manera, rápida y efectiva, de que las cosas empezaran a cambiar y así poder inyectarle más estabilidad a nuestra relación. Cómo le gusta decir a él, le vimos una grieta al Estado y nos colamos por ahí. No me hizo un favor. En todo caso nos lo hicimos mutuamente. Él a mi dándome algo que no tenía y que permitía hacer más fácil mi vida acá y yo a él porque a partir de ahora ya puede dormir tranquilo, sin miedo a que la policia me pare por la calle y me pida los papeles y, en fin, me deporten y ya no pueda volver.

Hoy han pasado casi 7 meses desde aquel 8 de noviembre en que dijimos: "si quiero" y recién hoy, 5 de junio de 2009, me confirmaron que me conceden el NIE. Sí, siete largos meses en los que, a pesar de ser la esposa de un ciudadano español, no me permitieron trabajar ni consultar a un médico.

Y ahora que ya tengo lo que quería supongo que debería sentirme feliz a más no poder. Sin embargo, no es eso lo que siento sino una mezcla rara de sentimientos.

No voy a ser hipócrita y decir que no me alegro, claro que sí. Pero por otro lado, me indigna, me entristece. Porque me parece mentira que un plástico con un numerito pueda hacer de vos otra persona, pueda cambiar tu realidad. A partir de ahora no sólo me van a poder hacer un contrato de trabajo en condiciones sino que voy a poder salir de España cuándo quiera y cómo quiera sin tener que hacer cosas indecibles para poder hacerlo igual. Que fuerte suena, pero a partir de ahora voy a ser LIBRE.

En fin, a partir de ahora lamentablemente me van a mirar de otra manera. Ya no me van a poder decir: "Sin NIE no le podemos hacer un contrato de trabajo" o "Si puede pagarse un postgrado también puede pagar una seguridad social", ni nada de eso. Y sí, me alegro de por fin tener los papeles, pero también me entristece. Porque ahí afuera hay un muchísimas personas esperando lo mismo y, seguramente, no todas tendrán un final feliz como el mio.

Y me duele, porque todos los seres humanos somos iguales. Yo no me siento diferente de todos aquellos con los que compartí fila en Jacinto Benavente. Sin embargo, ahora, para el estado sí soy diferente. Ahora para ellos soy legal. Claro, porque tengo NIE. Que mierda!. Cómo si tener un papel me puede hacer diferente al resto. No es verdad, somos todos iguales y creo que no deberían poner trabas a quien sólo llega a un país con ganas de trabajar y de vivir dignamente, o simplemente por necesidades que muchas veces los que viven acá ni siquiera entienden.

"Ninguna persona es ilegal". Una frase muy sabia que leí hace algún tiempo y que creo que es una de las verdades más grandes. Nadie en este mundo es ilegal. Somos personas y debemos ser libres de transitar por el mundo. ¿Por qué las fronteras?. La historia es una historia de migraciones. O acaso España olvida su historia. Una historia de inmigración dónde sus ciudadanos fueron recibidos por otros países cuándo más lo necesitaban. Justamente aquellos países a los que hoy España les cierra la puerta de entrada. ¿Qué ironía no?

En fin, hoy estoy contenta porque finalmente voy a ser libre. Pero también me siento triste porque hoy confirmo, una vez más, lo injusto que es este mundo.